Cuando sea permanente la quietud de las olas
y se irise tu cuerpo carente de materia;
cuando cese el constante transcurso de las horas
y se esfume, cual humo, del mundo la miseria
dejaré de buscar tu piel en cada abrazo,
y esta pluma que traza el camino de regreso
al asilo que ofrecía de noche tu regazo,
se detendrá, librándome al fin de este verso.
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